Corpus Christi Procesión

Como este año por razones sanitarias, no ha habido Procesión, quiero compartir con vosotros esta reflexión de Karl Rahner: 

LA PROCESIÓN DEL CORPUS CHRISTI

Lo que, sobre todo, distingue a la fiesta de hoy, considerada completamente desde fuera, de todas las otras fiestas de la cristiandad, es la procesión. Es lo más exterior en esta fiesta, y es también lo más distintivo. Pero cuando, como en este caso, lo exterior nace de dentro, es también la manifestación de su núcleo interior. Y por eso podemos meditar el misterio de esta fiesta a partir de la procesión.

La procesión del Corpus Christi tuvo su origen en el último tercio del siglo XIII. A principios del siglo XV llegó a generalizarse. Es un trozo de la baja edad media y de su unidad de fe; por lo tanto, no es demostración alguna de fe en un mundo no católico. Quizá brotó de la costumbre más general de las procesiones del campo. En éstas el hombre recorre la tierra, en donde se desarrolla su existencia, santificándola, e introduce lo «santo» (desde las reliquias de la Iglesia hasta el «santísimo») en su mundo. Porque todo en su multiplicidad procede de una raíz y se dirige hacia un fin, el hombre en la procesión delimita el espacio en donde se realiza su existencia ; el espacio abierto se convierte en iglesia, el sol en luz del altar, el aire fresco forma un coro y canta con las canciones de los hombres, en las esquinas de las calles están los altares, los hombres se convierten en caminantes alegres y los despreocupados pájaros del cielo plasman su vuelo en medio de las oraciones que suben de la tierra afligida, casi transformadas ya en pura alabanza.

Así la procesión representa visiblemente el movimiento de los hombres hacia su fin, a través de los lugares de su existencia; es el aparecer del Santo que en última instancia sustenta este movimiento, lo mantiene quedándose en él, y lo conduce a su fin propio: Dios. Con ello llegamos al sentido de la fiesta de Corpus Christi, al sentido de la Eucaristía. Ciertamente, este sacramento alcanza su sentido pleno cuando es recibido. Cuando lo conservamos en nuestros altares y, alzándolo y mostrándolo, lo llevamos a través de la tierra donde se desarrolla nuestra vida, sigue siendo la comida que sólo nos apropiamos totalmente cuando la gustamos. Pero, sin embargo, este sacramento es un sacramento permanente que puede y debe ser guardado, mostrado y adorado, a la manera que el hombre en otras ocasiones envuelve y codicia con su mirada la comida, preparándose así para gustarla. Y de esta forma, la esencia del sacramento del altar se manifiesta también cuando se le muestra y venera como sacramento permanente, aunque en este caso su sentido no aparece con tanta claridad como cuando el hombre se apropia al mismo tiempo, en signo y en verdad, lo que contiene.

¿Qué nos, dice, en primer lugar, la procesión del Corpus Christi, si la consideramos de este modo? Nos hace descubrir que somos peregrinos sobre la tierra; no tenemos aquí patria alguna permanente; somos los que cambian, los que, errantes, andamos por el espacio y el tiempo, los que siempre están en camino, y que buscan todavía su patria propia y el descanso eterno; somos los que deben dejarse transformar, porque ser hombre significa dejarse transformar, y perfección, haberse transformado. Nuestra temporalidad y los distintos lugares donde se desarrolla nuestra existencia se manifiestan a través de una procesión. Pero esta marcha no es la de una manada, y este movimiento no es sólo la huida en masa de los atormentados, a través del tiempo y del inhospitalario desierto de nuestra existencia: una procesión es un movimiento de los que se sienten verdaderamente unidos; es una suave corriente de tranquila majestad; una marcha en la que los caminantes se cogen dulcemente las manos y de la que no se excluye a nadie y que bendice aun a los que miran sin comprender nada; es un movimiento que lleva consigo lo santo, lo eterno, que tiene consigo la tranquilidad del movimiento y la unidad de los que se mueven. El Señor de la historia y de este éxodo santo del destierro a la patria eterna, va con nosotros; es una marcha eterna, una procesión que tiene verdaderamente una meta ante sí y consigo.

Karl Rahner. El Año cristiano, pgs. 109-110. Ed. Heder

IMG_20200614_184058jpg