Liturgia

La Liturgia de las Horas tiene como finalidad que, en unión con la celebración de la Eucaristía, santifique todo el día y toda la ac-tividad humana. Esta ordenación se hace, ordinariamente, según los preceptos de la Regla de S. Benito, que durante siglos han alimentado y aún hoy pueden alimentar la vida de oración de los monjes y monjas. 

Las comunidades monásticas representan de un modo peculiar a la Iglesia en oración: en efecto, ofrecen de un modo más perfecto la imagen de la Iglesia que alaba al Señor sin interrupción con voz concorde y cumplen el deber de “cooperar”, de modo especial con la ora-ción, “a la edificación e incremento de todo el cuerpo místico de Cris­to y al bien de las Iglesias particulares”. 

La Liturgia de las Horas en la Orden Cisterciense se realiza según las Horas transmitidas por la Regla de S. Benito.

Miércoles de Ceniza

Elredo de Rieval

Del ayuno grato al Señor 

Hermanos carísimos, no debemos contentarnos con el ayuno de los judíos, que por haber sido solamente corporal y no espiritual, fue rechazado por el Señor al decir el profeta: "¿Cómo es que hemos ayunado y no has hecho caso, hemos humillado nuestras almas y te hiciste el desentendido?". Seguidamente, se lee la respuesta del Señor explicando la causa del rechazo de tales ayunos: "Porque en el día mismo de vuestros ayunos, hacéis todo cuanto se os antoja". Esta respuesta me llena de terror y hace estremecer todos mis huesos. Porque si Dios no mira el ayuno en el cual campea la propia voluntad, ¿Quién no temblará?

En realidad, hermanos, ningún ayuno, le es más grato que el de la propia voluntad. No existe bocado más dulce, más suave, más atractivo y jubiloso para el alma, como el afecto a la propia voluntad. ¡A cuántos trabajos no se entrega gustosamente! Ella es casi insensible a la dieta del estómago, apenas le fatiga ningún trabajo, no se siente abatida ante cualquier género de escasez. El que está saciado del manjar de la propia voluntad, es activo en todo, pronto en el obrar, delicado y alegre por doquier. Comida indudablemente dulce, pero nociva. ¿Por qué razón tan nociva? ¿Por qué hemos ayunado y no nos has hecho caso?, ¿hemos humillado nuestras almas y te hiciste el desentendido? Responde el Señor: "Porque el día mismo de vuestros ayunos hacéis vuestra propia voluntad".

Y bien, ¿Qué cosa habrá más nociva, como alejar de nosotros los ojos piadosos de Dios, y hacer ignorar nuestras acciones a aquel que lo tiene todo presente? Si esta expresión fuese mía, sea condenada, burlada, desatendida; mas, como es de mi Señor que se expresa no en figuras y enigmas, sino claramente, debe ser escuchada, atendida, temida. "Por esto habéis ayunado y yo no he escuchado -dice- por eso habéis humillado vuestras almas y me he hecho el desentendido, porque en el día de vuestros ayunos hacíais todo cuanto se os antojaba y oprimíais a vuestros deudores".

¿Y quién habrá que no tenga tales deudores? ¿Pero qué se debe pedir de tales deudores? Existen dos clases de peticiones, interiores y exteriores. Exige exteriormente al deudor, quien vuelve mal por mal, maldición por maldición, quien exige ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.

Exige interiormente al deudor, quien en su ánimo le engaña o disputa con él; quien le injuria para sus adentros, se ensoberbece, se irrita y busca ocasión de poder vengarse. Tal sujeto no es posible pueda elevar sus manos puras exentas de furor y engaño. Ahora bien, Dios nos libre de incurrir en estos reproches: "Es porque vosotros ayunáis para seguir los pleitos y contiendas, y herir despiadadamente a vuestros hermanos". "Al siervo del Señor -añade el apóstol- no le conviene meterse en altercados". Y en otro lugar: "Cuando todavía hay entre vosotros envidia y contiendas, ¿acaso no indica que sois aún carnales?".

En todos estos males, abundantes aquí en demasía, que están muy lejos de encontrarse en aquella felicidad futura, hallamos motivos suficientes para deplorar las miserias de este destierro y ansiar las delicias venideras de la patria. Queden clavadas, hermanos, estas cosas en vuestros corazones, a fin de poder proseguir así los ayunos incoados, de los cuales obtendremos frutos abundantísimos de gracia divina por mediación de Cristo, Señor nuestro.

 

Homilías Litúrgicas, Sermón 52, En el inicio del ayuno.  Biblioteca Cisterciense nº43 Ed. Monte Carmelo 

 

Lectura Patrística en Vigilias 

Jueves de Ceniza

San Bernardo:

Cómo debe ser nuestra conversión a Dios

 

 

Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no los vestidos, dice el Señor omnipotente. ¿Qué significa, hermanos, este precepto del Señor de convertirnos a él? El está en todas partes, todo lo llena y lo abarca. ¿Adónde me volveré para volverme a ti, Señor Dios mío? si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. ¿Qué me pides? ¿Por dónde me volveré a ti? ¿Por arriba o por abajo, por la derecha o por la izquierda? Hermanos, es un misterio; un secreto que solo se confía a los amigos.

Es el misterio del reino de Dios, revelado exclusivamente a los apóstoles, pues a las turbas todo se les decía en parábolas. Si no os cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Ya sé claramente a dónde tengo que volver. Debo hacerme un niño y aprender de é1, que es manso y humilde de corazón. Para esto, un niño se nos ha dado. Es cierto que también es grande, pero en la ciudad del Señor, a la cual se dice: Gritad jubilosos, habitantes de Sión: ¡Qué grande es en medio de ti el santo de Israel!

¿Por qué te engríes, hombre? ¿Por qué te encumbras sin motivos? ¿Por qué deseas cosas altas y tus ojos se fijan en lo sublime, que no te reporta ningún bien? El Señor, sí, es sublime, pero a ti no se te presenta así. Su grandeza exige alabanza, no imitación. La majestad es sublime y absolutamente inaccesible; aunque te desgarres, no la alcanzarás. Aunque el hombre, dice el salmo, tenga grandes deseos, nunca igualará a Dios. Sí, el Señor es sublime, pero se fija en el humilde y se aparta del soberbio. Humíllate y lo alcanzarás.

Esta es la ley de la misericordia, y por ella, Señor, confío en ti. Si el camino propuesto fuera la grandeza y allí se manifestara la salvación de Dios, ¿cuánto harían los hombres para engrandecerse? ¡Cómo se echarían por tierra unos a otros, cómo se pisarían mutuamente! ¡Con qué descaro treparían e intentarían empinarse con manos y pies para destacarse sobre las cabezas de los demás! Quien pretende superar a sus vecinos encuentra muchas dificultades, tiene muchos rivales y aguanta la competencia de otros muchos que se encumbran por otros lados. Humillarse, en cambio, es la cosa más fácil. Esto hace que seamos totalmente inexcusables y que no podamos alegar ni el más tenue pretexto.

Examina atentamente qué amas, qué temes y con qué gozas o te entristeces. Piensa si bajo el hábito monástico tienes un espíritu mundano, o tu sayal de converso encubre un coraz6n pervertido. El corazón se manifiesta en estos cuatro afectos, y creo que de ellos se trata cuando se nos manda convertirnos al Señor con todo el corazón. Conviértase, pues, tu amor y nada ames fuera de Dios o por Dios. Conviértase también a él tu temor, porque está pervertido si temes algo que no sea él o por é1. Y conviértase también a é1 tu gozo y tu tristeza. Así será si sufres y gozas según Dios.

No hay mayor perversidad que alegrarse al obrar la maldad y disfrutar con la perversidad. La tristeza que es puramente mundana produce la muerte. Pero, si te entristeces por el pecado, tuyo o del prójimo, haces bien. Esta tristeza te salva. Si gozas con los dones de la gracia, este gozo es santo y un auténtico gozo del Espíritu Santo. Debes alegrarte en el amor de Cristo con los éxitos de tus hermanos, compadecerte de sus desgracias, como dice la Escritura: Con los que están alegres, alegraos; con los que lloran, llorad.

 

(Sermón 2, nn. 1 y 3, En la Cuaresma, BAC, n. 469, pgs. 413-417)

 

Viernes de Ceniza

Isaac de Stella

Cuatro aspectos de una fe grande 

La fe, amadísimos, desde el punto de vista que nos interesa aquí, es llamada grande bajo cuatro aspectos: o por la ciencia, o por la confianza, o por la devoción, o por la constancia. Bajo el primer aspecto, es aquélla que, -una vez iluminado el rostro del espíritu-, es grande y poderosa para dar razón de la esperanza que está en nosotros a todos aquellos que nos pregunten y para destruir toda altanería que se levante contra la ciencia de Cristo. Esta fe resplandeció de modo excelente en el bienaventurado apóstol Pablo, que hace mención de ella cuando dice: Si tuviera toda la ciencia y conociera todos los misterios..., etc..

Bajo el segundo aspecto, la fe es grande y poderosa no sólo en discurso y en ciencia, sino también en poder: por ella se obran fácilmente signos y prodigios. De ella declara también el mismo Apóstol: Aunque tuviera plenitud de fe, como para trasladar montaña, etc. Y en otra parte: A otro es dada, la fe en el mismo Espíritu. De ella también dice Santiago: Sin vacilar en la fe.

Bajo el tercer aspecto, es grande y poderosa para suscitar la compunción y las lágrimas, el disgusto del mundo entero y el deseo del rostro de Dios. Es ella la que hace suspirar al profeta: ¿Cuándo vendré y apareceré ante el rostro de Dios? Mis lágrimas fueron mi pan día y noche. Y en otra parte: Mi corazón te dijo: Mi rostro te buscó; buscaré, Señor, tu rostro. Es ella la que, en el silencio de los monjes, habla al Señor en un suave susurro y boca a boca, como un hombre a su amigo. De ahí que su boca es santa y sus labios puros por la palabra del Señor que ellos frecuentan. Por el deseo de esta pureza, ellos se alejaron de en medio de los pueblos de labios impuros, huyeron de todos los atractivos de este mundo y permanecen purificados en la soledad.

En fin, bajo el cuarto aspecto, es grande y poderosa para vencer fuerte y constantemente al mundo con sus crueldades y sus atractivos. De ella el bienaventurado Juan escribe: Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. La primera triunfa del mundo por la reflexión, la segunda por los milagros, la tercera por la huida, la cuarta por la lucha.

Por lo demás, si podemos a nuestro gusto hacer subir todavía más alto nuestro sermón y ver en los hijos a los santos ángeles y a los espíritus de los justos; admitidos a la mesa del Verbo, expresan la exultación y la alabanza, participan del festín en presencia de Dios y están en transportes de alegría, embriagados ya de la opulencia de su casa. Pero nosotros todavía estamos tendidos a las puertas, en la mendicidad y la espera. 
El misterio de Cristo. Sermones. V del II domingo de Cuaresma, 12-15. 17

Domingo I Cuaresma

Elredo de Rieval:

 

De los cuatro ayunos de este tiempo

 

Una vez realizada la redención del linaje humano, mediante la muerte de aquél que se entregó a sí mismo por nosotros, fue rasgado el velo y quedaron al descubierto todos los secretos de nuestra redención. Pero mientras permanecemos en este cuerpo, vivimos ausentes del Señor, caminando en la fe, no por la visión clara y real, sino considerando la gloria futura como en espejo y a través de imágenes oscuras. Por hallarse encubierta, dice el apóstol: "Estáis ya muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios". Si está escondida, está por lo mismo cubierta con un velo, para que echemos de ver que nos falta aquella felicidad que el ojo no vio.

Al presente, mientras vivimos sometidos a las miserias de la vida, tenemos un velo suspendido ante nuestros ojos que en cierto modo nos oculta al santo de los santos, imagen viva del cielo, a fin de que una vez entendida con perfección la ocultación, se desee con más ansia la revelación, y así, sentados junto a los canales de Babilonia, lloremos con nostalgia de Sion, al no contemplar su gloria ni oír el canto del aleluya, expresión de la alabanza divina, a la cual se refería David cuando cantaba: "Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre", porque el llanto de la vida presente excluye toda alabanza, según aquello: "¿Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera"?

Síguese la maceración de la carne, tan reiteradamente recomendada a nosotros en este tiempo, en trabajos, vigilias, ayunos. Desisto de tratar en la presente ocasión de los trabajos corporales ni de las vigilias, notorios, habituales y continuos para vosotros, de suerte que no necesitamos el recomendarlos. Existe, en cambio, un trabajo espiritual, necesario a todas luces, en el cual nos conviene ejercitar de manera especial, a fin de que entablando combate contra las tinieblas del mundo, conservemos la paciencia, objeto de sus ataques.

Conservemos la constancia de corazón, la tranquilidad de espíritu, y lograremos defender varonilmente todas las virtudes frente a los vicios. Respecto a las vigilias, el alma debe permanecer siempre vigilante, como si se hallara en una atalaya, para otear los males inminentes, guardarse de los próximos, rechazar los presentes, soportar con entereza y valor los que la oprimen.

Sobre el ayuno, llamado más solemne y frecuente en el presente tiempo, en el cual se encierran, a mi modo de ver, todas las demás prácticas, reconozco debo tratar de él más detenidamente. Porque existen cuatro clases de ayunos: corporal, sensual, actual y espiritual. El ayuno corporal consiste en privar al estómago de manjares carnales; el sensual en negar a los sentidos toda delectación; el actual, en poner un freno de quietud a la alteración o excesiva actividad externa; el espiritual, en preservar el corazón de todo pensamiento inútil o nocivo.

¿Qué más? El manjar recrea el gusto, ¿y será posible no haya nada capaz de recrear el oído y la vista? Todo lo contrario. Desgraciadamente con harta frecuencia la mirada curiosa y lasciva deleita la vista, el lenguaje inútil y perjudicial, al oído, el manjar exquisito, o delicadamente condimentado, el ojo no se sacia de ver, ni el oído de oír. Lo que decimos del ojo y del oído, lo podemos aplicar también a la mano, al pie, a la lengua y a todos los demás miembros y sentidos. Para muchos tanto recrea sin duda una conversación inútil o un trabajo exterior, como saborear un manjar delicado.

Referente a la imaginación, dejo a vuestra consideración propia el juzgar cuántas veces se recrea en pensamientos halagadores de la sensualidad o inútiles; cómo le agrada entrometerse en vidas ajenas, cómo se regocija en alabanzas propias y en ver reprendidos a los demás. Con razón se nos recomienda a todos nosotros un ayuno general de todos los placeres sensuales, según poco ya hemos escuchado en la regla del glorioso San Benito: "Cada uno mortifique su cuerpo cercenándole algo de la comida, bebida, sueño, conversación y chanza" (Cap. 49).

 

(Homilías Litúrgicas, V: Del ayuno cuaresmal, Azul, n.5, pgs. 90-92)

 


Miércoles III Cuaresma

Yves Raguin:

Al pie de la montaña de Dios

Cuando se ha decidido salir a la busca de Dios, es necesario hacer el equipaje, ensillar el burro y ponerse en camino. La montaña de Dios apenas es visible en la lejanía. Hay que partir al amanecer.

Es una gran partida. Hay que despedirse. ¿De qué? De todo y de nada. De nada, porque este mundo que se abandona estará siempre junto a nosotros, en nosotros, hasta nuestro último suspiro, siempre también cerca de nosotros. Aun siendo expulsado y rechazado, tiene muchas oportunidades de surgir con más vehemencia en nuestro interior. De todo, porque al partir en busca de 1o absoluto cortamos los puentes con todo 1o que podría hacernos desistir, con lo que, en nosotros y en los seres, tiende a formar un cuerpo de oposición a la acción divina. Finalmente lo más duro de dejar somos nosotros mismos, que, en una necesidad fundamental de autonomía, se opone a Dios.

La separación, finalmente, no está en el alejamiento sino en el desprendimiento. Hay que impedir a toda costa que nuestra personalidad se repliegue a Dios únicamente como un huésped...

Antes de partir hay que dar unos golpes de hacha y meter la podadera. Al cortar alrededor, se ve inmediatamente lo que se corta en uno mismo. Pero no se debe esperar partir a estar totalmente desembarazado de todo...

¿Qué hay que llevar con uno? Todo lo que es uno y nada menos. Respuesta extraña después de haber dicho que hay que abandonarlo todo y sobre todo a uno mismo. y sin embargo es verdad, hay que llevarse a uno mismo todo entero. Muchos solamente parten en apariencia. Sólo llevan consigo un fantasma de ellos mismos, un boceto abstracto. Antes de emprender la ruta se aseguran a sí mismos. Se hacen una personalidad artificial, de préstamo, construida según los libros, y esta personalidad artificial, este robot, esta sombra de ellos mismos es la que envían en busca de Dios. Jamás entran con todo su ser en la experiencia...

A1 partir hay que cargar el burro con todo lo que se posee y partir con todo lo que se es, hay que cogerlo todo, las grandezas y las debilidades, el pasado de pecado, las grandes esperanzas, las tendencias más rastreras y más violentas, todo, todo, porque todo debe pasar por el fuego. Todo finalmente debe integrarse para hacer un ser humano capaz de entrar cuerpo y alma en el conocimiento de Dios.

Dios quiere ante sí un ser real que sepa llorar, gritar bajo los efectos de su gracia purificadora; quiere un ser que sepa el valor del amor humano y que conozca la atracción sexual. Quiere un ser que experimente el deseo violento de resistirle, ¿por qué no? Dios quiere ver ante sí a un ser humano real, sin lo cual la gracia no tendría nada que transformar...

Una vez tomada la decisión de partir y que está uno con todo su ser presente para la marcha, hay que ponerse de acuerdo total en cuerpo y alma con este gran Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, vivir con ella, experimentar en ella las pulsaciones gigantescas que subrayan su vida litúrgica, en sus enseñanzas, en los sacramentos, en su atención constante. Viviendo al ritmo de la Iglesia es fácil orientar todo el ser hacia el Señor.

 

(Caminos de la contemplación) 

Jueves III Cuaresma

 San Bernardo:

Las buenas obras hechas gracias a Dios

A veces, la misma contrariedad del esfuerzo provoca compasión; pero, mirando a sus motivaciones, suscita una felicitación, mucho más si todas las buenas obras se realizan no sólo por Dios, sino gracias a Dios. Porque es Dios quien activa en vosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad. El es el autor y el remunerador de la obra, él es la recompensa total. Así, ese Bien sumo, cuya simplicidad es tan perfecta en sí misma, viene a ser en nosotros la causa de todos los bienes, la eficiente y la final. Felices, amadísimos, porque, bajo el peso de todos estos trabajos, no ya os mantenéis firmes, sino que lo superáis todo gracias al que os amó. ¿No es también por él? Evidente. Ya lo dice el Apóstol: Si los sufrimientos de Cristo rebosan en vosotros, gracias al Mesías rebosa en proporción vuestro ánimo.

Por Dios es una expresión muy común y trivial. Pero, cuando no se usa superficialmente, es muy profunda. Brota con frecuencia de la boca de los hombres, aún cuando consta que su corazón está muy lejos de esas palabras. Todos piden limosna por Dios, todos suplican auxilio por Dios. Pero es muy corriente pedir por Dios lo que Díos no quiere, porque no se desea por Dios, sino precisamente contra Dios. Sin embargo, es una expresión viva y eficaz cuando, como debe ser, brota desbordante de una profunda piedad y de la más pura intención del espíritu; no maquinalmente, por rutina o por simple convencionalismo para convencer a otro. El mundo pasa, y su codicia también. Y se comprobará la inutilidad e inestabilidad de su firmeza, cuando desaparezca el afán por cuya causa se ha desvivido. Pues, al evaporarse su mismo estímulo, desaparece con él todo cuanto en él se apoyaba. Por eso, el que cultiva los bajos instintos, de ellos cosechará corrupción, porque toda carne es heno, y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba y se marchita la flor. Únicamente el ser por esencia es causa que nunca falla y no flor del campo, sino Palabra de Dios que dura por siempre. El mismo lo dice: El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

Fuisteis inteligentes, amadísimos, eligiendo con gran acierto manteneros en la senda establecida, atentos, al voz de su boca, para sembrar donde no puede perderse el más insignificante grano de vuestra semilla. Pues quien siembre mezquinamente, no dejará de cosechar, pero segará mezquinamente. El que cosecha recibe su recompensa. Y ya sabemos quién prometió que no quedará sin paga de justo ni siquiera el que dé un vaso de agua fresca al sediento. Si la misma medida que uséis la usarán con vosotros, ¿será igual la recompensa de quien no sólo dio un vaso de agua fresca, sino que, derramando su sangre, bebió el cáliz de la salvación que le presentaron? No se trata de un vaso de agua, .sino del cáliz rebosante y embriagador, lleno de vino puro drogado. Sólo mi Señor Jesus, el único totalmente limpio, tuvo un vino puro y puede sacar pureza de lo impuro.

Sólo él tuvo vino puro, y. por su divinidad es sabiduría que lo atraviesa y lo penetra todo y nada inmundo le contamina. Porque en su humanidad no cometió pecado ni encontraron mentira en su boca. Sólo é1 fue el único que sufrió la muerte sin contraerla por su propia naturaleza, sino por la opción de su libertad; no lo hizo por interés propio, pues no necesita nuestros bienes, ni para recompensar un favor con otro favor. El dio la vida por sus amigos sólo para rescatarlos, para transformar en amigos a los enemigos.

 

(Sermón 9, n. 1-3, Sobre el Salmo 90)

 

Anunciación del Señor
25 de marzo

Guerrico de Igny:

Hoy el Verbo se hace carne

Hoy el Verbo se hizo carne y comenzó a vivir entre nosotros, como nos lo enseña la norma de una fe recta, trasmitida por una definición dogmática de la Iglesia. Pues la Iglesia sostiene con toda firmeza y sin la menor duda, que la carne de Cristo no fue concebida antes de ser asumida por el Verbo, sino que el mismo Verbo de Dios fue concebido al asumir la carne, y que la carne fue concebida por la encarnación del Verbo.

Así pues, la Sabiduría comenzó hoy a edificarse la casa de nuestro cuerpo en el vientre de la Virgen, y cortó del monte sin mano de hombre la piedra angular para edificar la unidad de la Iglesia, al tomar para sí del cuerpo virginal la carne de nuestra redención, sin la cooperación humana. A partir pues de este día el Señor de los Ejércitos está con nosotros, el Dios de Jacob es nuestro apoyo, ya que hoy el Señor ha tomado nuestra condición para que la gloria habite en nuestra tierra.

Realmente hoy Señor has bendecido a tu tierra, la tierra bendita entre todas las mujeres! ¡Hoy has derramado la gracia del Espíritu Santo, para que la tierra produzca el fruto bendito de su vientre, y con el rocío del cielo el vientre de la Virgen germine al Salvador! ¡Maldita la tierra por obra del prevaricador que, a pesar de ser trabajada, produce espinas y cardos para los herederos de la maldición! Pero ahora, ¡bendita la tierra por obra del Redentor, que da a todos la remisión de los pecados y el fruto de la vida, y libera a los hijos de Adán de la desgracia de la maldición original!

Realmente es bendita aquella tierra, completamente intacta, que sin ser cavada ni sembrada germina al Salvador sólo con el rocío del cielo, y da a los hombres mortales el pan de los ángeles, alimento de vida eterna. Esta tierra, al ser virgen parecía que era desierta, pero estaba cuajada de fruto óptimo; parecía un yermo solitario, pero era un paraíso de delicias. Verdaderamente el desierto era el jardín de las delicias de Dios, cuyos campos germinaron el germen oloroso, un desierto verdaderamente fecundo, desde donde el Padre envió al Cordero que dominaría la tierra.

Envía, Señor, al Cordero desde la piedra del desierto, dice el profeta, es decir, ¡corta la piedra de la piedra! ¡Que la santa e intacta virginidad produzca al Santo e Inviolable! Aquí aparece una clara relación entre el ocaso de Cristo y su nacimiento, la sepultura y su concepción, pues el Cordero es enviado desde la piedra del desierto para ser depositado en la piedra de la tumba y como la tumba para su cuerpo tenía que ser excavada en la piedra, é1 mismo desde su concepción sacó el cuerpo de la piedra y preparó un lugar para el cuerpo en la piedra. De este modo, al ser enviado desde la piedra no disminuyó la integridad de la misma, lo mismo que tampoco abrió la piedra sellada de la sepultura, al salir de ella.

(En la Anunciación, sermón II, n. 1)

III Nocturno

San Bernardo:

La humildad, el vaso ideal para verter la gracia

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea que se llamaba Nazareth. ¿Te admiras que una ciudad tan insignificante como Nazareth sea honrada con el embajador de un Rey tan excelso y con semejante mensaje? En esta pequeña ciudad hay un tesoro escondido; está oculto a los hombres, no a Dios. ¿No es, acaso, María el tesoro de Dios? Donde está ella, allí está su corazón. Jamás la pierde de vista. No aparta sus ojos de la humildad de su esclava. Si el Unigénito de Dios Padre conoce el cielo, lo mismo conoce Nazareth. ¿Cómo no va a conocer su patria o ignorar su herencia? El cielo le pertenece por su Padre, y Nazareth por su Madre. Por eso no duda en afirmar que es Hijo de David y Señor. El cielo pertenece al Señor, pero la tierra se la ha dado a los hombres. Tome, pues, posesión de ambas, porque es el Señor y el hijo del hombre.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Es fruto único de tu vientre, pero por ti ha llegado a las almas de todos. Lo mismo ocurrió hace tiempo con el rocío, que estuvo todo en la zalea y todo en la era. Pero en ninguna parte de la era fue tan abundante como en la zalea. Solamente en ti se anonadó aquel rey tan opulento y riquísimo, se humilló el excelso, el inmenso se achicó y se hizo inferior a los ángeles. En una palabra: en ti se encarnó el Dios verdadero y el Hijo de Dios. ¿Y cuál fue el fruto? Enriquecernos a todos con su pobreza, ensalzarnos con su humildad, sublimarnos con su pequeñez, unirnos a Dios con su encarnación y comenzar a ser un solo espíritu con é1.

Pero ¿qué decimos, hermanos? ¿Cuál es el vaso ideal para verter esta gracia? Si la confianza nos hace capaces de la misericordia y la paciencia nos prepara la justicia, ¿qué recipiente idóneo podemos presentar a la gracia? Es un bálsamo purísimo y requiere un pomo de plena garantía. ¿Hay algo más puro y sólido que la humildad de corazón? Con razón se da la gracia a los humildes, y por eso se fijó Dios en la humildad de su esclava. ¿Me preguntas por qué? Porque un espíritu humilde está vacío de méritos humanos y deja plena libertad al influjo de la gracia.

Debemos escalar esta humildad grado a grado. En el primer peldaño, el corazón del hombre siente el placer de pecar, y mientras no cambie esa mísera costumbre por otro propósito mejor, es incapaz de la gracia y le estorban sus vicios. En el segundo se decide a corregir las costumbres y no recaer en los pecados anteriores; pero los pecados pasados, aunque parezcan estar podados, permanecen en él y rechazan la gracia. Ahí están hasta que los lave la confesión, hasta que desaparezcan con las obras del verdadero arrepentimiento.

Pero ¡ay de ti si, después de eliminar los vicios y pecados, te domina la maldita ingratitud! ¿Existe otro enemigo mayor de la gracia? Con el decurso del tiempo nos entibiamos en el fervor de nuestra vida. Poco a poco se enfría el amor y crece la maldad. Y lo que comenzamos por el espíritu termina en la carne. A menos fervor y gratitud, menos aprecio de los dones que Dios nos hace. Olvidamos el temor de Dios, descuidamos el espíritu de soledad, nos volvemos charlatanes, curiosos, presumidos, e incluso detractores y murmuradores. Nos entregamos a la frivolidad, rehuimos el trabajo y la disciplina, siempre que se puede hacer sin llamar la atención, como si eso nos librara de toda culpa. ¿Y nos extrañamos de no sentir la gracia después de ponerle tantos obstáculos?

En cambio, el que sigue el consejo del Apóstol y desea que la palabra de Cristo, palabra de gracia, habite en é1, ése sí es agradecido. El piadoso, el diligente y ferviente de espíritu, no se fíe jamás de sus méritos ni se apoye en sus obras, porque la gracia tampoco entrará en esa alma. Está llena, y allí no hay lugar para la gracia.

 

(Sermón 4, nn. 7-8, En la Anunciación del Señor)

 


 

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Sábado III Cuaresma

Guerrico de Igny:

Recibe en el corazón al Verbo del Altísimo

Ábrete sin miedo, oh Virgen sin mancilla, puerta del santuario siempre cerrada, ábrete sin miedo al Señor Dios de Israel, que desde hace tiempo te está diciendo: Ábreme, hermana mía, amiga mía. No tienes que temer por tu integridad. Dios no quiere violar lo íntegro, sino reparar lo violado. Si te has abierto al Verbo de Dios, entonces ya no sólo estás cerrada sino sellada. Él dice: Ponme como señal sobre tu corazón, como señal sobre tu brazo.

Pues Jesús, impreso en el corazón, manifestado en las obras, es verdaderamente un sello y protección inviolable de la castidad de su esposa, y a la vez que imprime su semejanza con la imitación, da la defensa de su incorrupción. Por eso, oh Virgen fiel, si tu oído está abierto para escuchar y tu espíritu para creer, percibe la palabra del ángel en el oído, recibe en el corazón al Verbo del Altísimo, y concibe en el cuerpo al Hijo de Dios. Di tú también, oh bienaventurada, tan humilde como fiel: El Señor me ha abierto el oído, y no me opongo, no me he echado atrás.

He aquí la esclava del Señor. Estoy pronta para hacer su voluntad. Es más, con gusto haré lo que pueda: Hágase en mí según tu palabra. Hablar de este modo, ofrecer así su disposición, esto es verdaderamente abrir el corazón al Señor, y abrir también la boca y atraer al Espíritu. De este modo se abría la tierra para recibir el rocío que destilaban los cielos y germinar el Salvador.

¡Germen noble, germen justo, germen de fragancia, germen del Señor, que ya está coronado de magnificencia y de gloria!, ya que el mismo fruto de la tierra es sublime y más excelso que todas las cosas, es decir, Dios es exaltado sobre los cielos y su gloria por encima de toda la tierra. Poco importa que hables de germen, de fruto, o de flor, ya que todo esto es Cristo e infinitas más cosas. Es una sola cosa, pero la gracia es multiforme y múltiple la operación de una misma potencia, y aunque la pobreza de la inteligencia y del lenguaje humano le aplique infinitos nombres por la semejanza, jamás podrá alcanzar el sentido de la realidad.

Pero acertadamente se llama a la vez germen, flor y fruto, el que sin crecer paso a paso, desde el principio de su concepción era perfecto en toda virtud y gracia. En nosotros, primero es el germen, cuando la fe se expresa en la confesión o en obras edificantes; luego la flor, cuando florece en el que progresa la santificación de Dios con un admirable cortejo de virtudes; y finalmente es el fruto, cuando la felicidad colma al hombre que ya ha llegado a la perfección.

Muy bellamente y con mucho cuidado la providencia divina predispuso no sólo los misterios, sino los presagios de los mismos; es decir, que el lugar donde la tierra germinó al Salvador como germen justo, y la flor que brotó de la vara y raíz de Jesé había de llamarse Nazareth: santidad, germen, flor y rama. De este modo, el acontecimiento se correspondería con el lugar y el lugar con el acontecimiento, y a la vez el nombre del lugar proclamaría lo que iba a acontecer y el suceso indicaría la razón del nombre.

 

(En la Anunciación, sermón II, n. 3)

 

Jueves I Cuaresma

Isaac de Stella:

Seamos compasivos y llenos de amor fraterno

¿Por qué, hermanos, tenemos menos solicitud en buscar los unos para los otros ocasiones de salvación, de manera de socorrernos más entre nosotros, allí donde vemos que sería más necesario, y en llevar como hermanos, mutuamente nuestras cargas? El Apóstol nos exhorta a esto diciendo: Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo; y en otra parte: Soportándoos mutuamente en la caridad. Ella en efecto es la ley de Cristo.

Cuando en mi hermano percibo algo incorregible a consecuencia de dificultades o debilidades físicas o morales, ¿por qué no soportarlo con paciencia, por qué no consolarlo de todo corazón, según la palabra de la Escritura: Sus niños serán llevados en brazos y consolados sobre las rodillas? ¿Será que me falta esa caridad que soporta todo, que es paciente para sostener, indulgente para amar?

Esta es, ciertamente, la ley de Cristo, quien por su Pasión tomó verdaderamente sobre sí nuestros sufrimientos y por su compasión cargó con nuestros dolores, amando a los que llevó, y llevando a los que amó. Aquél que por el contrario se muestra agresivo con su hermano en dificultad, aquél que tiende una trampa a su debilidad, cualquiera fuere, se somete manifiestamente a la ley del diablo y la cumple.

Así, pues, seamos compasivos unos con otros y llenos de amor fraterno, soportemos las debilidades y persigamos los vicios, sobre todos nosotros. que, siendo poco numerosos, con miras a un género de vida de ideal más austero, nos hemos evadido a esta lejana soledad y a esta isla apartada del resto del mundo. En efecto, todo género de vida que permite entregarse más sinceramente al amor de Dios y, por é1, al amor del prójimo -cualesquiera fueren las observancias y el hábito-, es también más agradable a Dios.

La caridad es aquélla por la cual todo debe hacerse o no hacerse, cambiarse o no cambiarse. Porque es el principio por el cual, y el fin hacia el cual, conviene que todo sea dirigido. No hay ninguna falta en lo que, con toda verdad, se hace por ella y según su espíritu. Dígnese concedérnosla aquél a quien no podemos agradar sin ella, y sin quien no podemos absolutamente nada, que vive y reina, Dios, por los siglos infinitos. Amén.

 

El misterio de Cristo. Sermones. 2 del I domingo de Cuaresma, 18-21

 


Viernes I Cuaresma

San Bernardo:

El Señor es nuestra defensa

Tengo muy en cuenta, hermanos, y no sin un gran sentimiento de conmiseración, vuestro esfuerzo cuaresmal. Me pregunto con qué consuelo podría aliviaros y se me ocurre mitigaros la penitencia corporal. Pero no os serviría para nada. Al contrario, podría perjudicaros mucho. Si se desperdicia un poco de simiente, siempre se cosecha menos. Y si por una compasión cruel rebajase vuestras mortificaciones, el premio de vuestra corona perdería sus mejores joyas. ¿Qué procede entonces? ¿Dónde encontraremos la flor de harina del profeta? Porque la olla sabe a veneno y estamos a la muerte todo el día por el rigor de los ayunos, el trabajo tan asiduo y las prolongadas vigilias. Todo esto unido al combate interior: la contrición del corazón y las frecuentes tentaciones.

Mortificaos, sí, pero por aquel que murió por vosotros. Pues, si rebosan sobre nosotros los sufrimientos de Cristo, gracias a él rebosa, en proporción, nuestro ánimo. Por eso, él es la delicia de quien rehúsa hallar consuelo en otras cosas, ya que en las más amargas contradicciones podrá encontrar gran consolación. ¿O no es cierto que vosotros sufrís por encima de la posibilidad humana, más allá de la capacidad natural y contra todo lo que puede el común de los mortales? Por tanto, alguien tiene que llevar sobre sí todo ese peso; me refiero al que sostiene el universo entero con la Palabra de su poder.

Por esta razón, se vuelve contra el enemigo su propia espada, ya que las grandes tribulaciones con las que nos prueba se convierten en el mejor instrumento para vencer las tentaciones y en la señal más segura de la presencia divina. ¿Qué podemos temer, si está con nosotros el que sostiene el universo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. ¿Quién es el que aguanta la mole de la tierra? ¿En quién se poya el universo? Suponiendo que exista otro que mantenga a los demás seres, é1, ¿por quién subsiste? Únicamente la palabra de su poder lo sostiene todo. La palabra del Señor hizo el cielo y la tierra, y el aliento de su boca, todos sus ejércitos.

Por eso, para que encontréis vuestro consuelo en esa Palabra de Dios, especialmente estos días en los que por muchas razones será mayor vuestro esfuerzo, como lo espero, no os vendrá mal que os exponga algo sobre las Escrituras santas, tal como algunos de vosotros me lo habéis pedido. Con este fin, vamos a elegir precisamente aquel salmo al que recurrió el enemigo para tentar al Señor; así neutralizaremos las armas del maligno con los mismos instrumentos que él pretendió usurpar.

Por otra parte, hermanos, quiero que sepáis una cosa: claramente imitan al enemigo cuantos manipulan indignamente las Escrituras santas y reprimen con mentiras la verdad de Dios, como a veces hacen algunos. Guardaos de ello, amadísimos, que es algo diabólico. Quienes así proceden se ponen descaradamente de parte del maligno, maquinando alterar, para su propia ruina, las Escrituras de salvación. Pero no quiero detenerme ahora en este punto. Me parece suficiente esta breve alusión. Y ya, con la gracia de Dios, intentaré empezar a exponer y aclarar algunos aspectos del salmo que hemos escogido.

 

(Sermón Introducción. Sobre el Salmo 90)

 

Sábado I Cuaresma

Beato Pío Heredia:

María, Madre de misericordia

He aquí 1o que es María en la familia sobrenatural, en el orden de la gracia, Madre de misericordia, como la llamamos con la Iglesia. Como Madre, pues, y Madre perfectísima, María nos ama entrañablemente, no de una manera vaga y general, sino a cada una de las almas en particular, a la tuya, a la mía, y con maternal afecto se ocupa de todas nuestras necesidades,

Si a tan amorosa y tierna maternidad corresponde en nosotros una digna filiación, entonces formamos la verdadera familia sobrenatural: María puede desplegar a favor de nuestras almas todo el inmenso poder de su amor maternal y Dios nos mira como verdaderos hijos suyos, miembros de la gran familia que tiene en la tierra.

Tal es María en el plan divino y desde tan sublime y consolador punto de vista la hemos de considerar, a fin de que nuestra devoción, el culto que le rindamos y las relaciones que a ella nos han de unir, sean ante todo VERDADERAS, y sepamos lo que es la Virgen para nosotros, y en consecuencia lo que nosotros hemos de ser para la Virgen, librando así nuestra devoción del .gran escollo en que tropieza la de tantas almas por otra parte amantes de María,

No aciertan a ver en la Madre de Jesús y nuestra sino un ideal grandioso, magnífico, una especie de mar 0céano inconmensurable que es preciso reverenciar, pero están aún muy lejos de figurarse la Madre de inagotable ternura, dotada de un corazón en el que caben todas las miserias y cabemos también todos 1os miserables, y ejerciendo en los vastísimos dominios de Jesús 1a prerrogativa de su misericordia.

María es ante todo Madre, y así como al recuerdo de nuestra madre de la tierra, con su trato y conversación, nuestro corazón y nuestro ser se conmueven y experimentan ese algo desconocido que llamamos amor, ternura, cariño;  no de otra manera el trato y conversación del alma con su Madre del cielo ha de despertar en nuestro corazón los mismos sentimientos, pero elevados, sobrenaturalizados

La idea de MADRE NUESTRA, y como tal, conocedora de todas y cada una de nuestras necesidades, y atentísima a remediarlas, hará que insensiblemente nuestro corazón vaya sintiendo con tan excelsa Madre la ternura y confianza de hijo; nuestra comunicación con María será habitual, continua. Le daremos cuenta de nuestras tristezas y de nuestros alegrías; le manifestaremos nuestro agradecimiento atribuyendo a sus cuidados de Madre el éxito de nuestras empresas materiales o espirituales; será nuestro refugio seguro en 1a hora de la tentación, pasada la cual, si acaso hubiéramos sufrido algún descalabro, acudiremos llorosos, pero confiados para que nos alcance el perdón de 1a falta y nos ayude a levantarnos.

Dichosa el alma que sabe el secreto de ver en María una Madre.

 

(Cartas espirituales, carta 67. Edic. Burgos, 1956, pp. 204-205)

Lectura Patrística Domingo II Cuaresma

San Bernardo:

Quién no habita al amparo del Altísimo

Podremos deducir quién es el que habita al amparo del Altísimo fijándonos en los que no se acogen a é1. Entre ellos encontrarás tres clases de personas: las que no esperan nada de é1, las que desesperan y las que esperan en vano. Efectivamente, no habita bajo el amparo del Altísimo el que no recurre a él para que le ayude, porque confía en su propio poder y en sus muchas riquezas. Se ha hecho sordo al consejo del profeta: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca.

Solamente ansía los bienes materiales, y por eso envidia a los malvados al verles prosperar; se aleja del socorro de Dios porque cree que no lo necesita para sus objetivos. Mas ¿para qué ocuparnos de los que no conviven con nosotros? Pues me temo, hermanos, que también entre nosotros pueda haber alguno que no habite al amparo del Altísimo, porque se fía de su poder y de sus muchas riquezas.

Es muy posible que alguien se tenga por muy fervoroso porque se entrega denodadamente a las vigilias, ayunos, trabajos y demás observancias, hasta llegar a creer que ha acumulado durante largos años muchos méritos. Y por fiarse de eso ha aflojado en el temor de Dios. Tal vez por su seguridad perniciosa se desvía insensiblemente hacia la ociosidad y las curiosidades: murmura, difama y juzga a los demás.

Si realmente habitase al amparo del Altísimo, se fijaría sinceramente en sí mismo y temería ofender a quien debería recurrir, reconociendo que todavía lo necesita mucho. Tanto más debería temer a Dios y ser más diligente cuanto mayores son los dones que de él ha recibido, pues todo lo que poseemos por él no podemos tenerlo o conservarlo sin é1.

Porque suele suceder, y no lo decimos ni lo constatamos sin gran dolor, que algunos, al principio de su conversión, son muy timoratos y diligentes hasta que se inician, en cierto grado, en la vida monástica. Y precisamente cuando deberían ser mayores sus anhelos, según aquellas palabras: Los que me comen quedarán con hambre de mí, empiezan a comportarse como si se dijeran: "¿Para qué vamos a entregarle más, si ya tenemos lo que nos prometió?"

¡Si supieras lo poco que posees todavía y qué pronto lo podrías perder, de no conservártelo el que te lo dio! Solamente estas dos razones deberían bastarnos para ser mucho más celosos y sumisos a Dios. Así no perteneceremos a ese tipo de personas que no habitan al amparo del Altísimo, porque piensan que no lo necesitan: son los que no esperan en el Señor.

 

(Sermón 1, n. 1, Sobre el Salmo 90)

 

Lectura Patrística Lunes II Cuaresma

San Bernardo:

Los que no habitan al amparo del Altísimo

Hay quienes, obsesionados por su propia debilidad, desfallecen y se hunden en el desaliento de su espíritu. E instalados en sí mismos, dando siempre vueltas a sus fragilidades, se sienten impelidos a desahogarse caprichosamente de todas sus penas. Y es que, cuando vives en tensión, impera la imaginación. No habitan al amparo del Altísimo; ni siquiera le han conocido y son incapaces de reaccionar para pensar en él alguna vez.

Otros esperan en el Señor, pero inútilmente, se sienten tan seducidos por las caricias de su misericordia, que nunca se enmiendan de sus pecados. Semejante esperanza es totalmente vacía y engañosa; carece de amor. Contra ellos reacciona el Profeta: Maldito el que peca en la esperanza. Y otro dice: El Señor aprecia a los que le temen y esperan en su misericordia. Dice que esperan, pero expresamente antepone: los que le temen, ya que espera en vano el que aleja de sí la gracia despreciándola, porque así aniquila a la esperanza.

Ninguno de estos tres grupos babita al amparo del Altísimo. El primero, porque se instala en sus propios méritos; el segundo, en los sufrimientos, y el tercero, en los vicios. Este último se ha cobijado bajo la inmundicia; el segundo, en la ansiedad, y el primero, en la temeraria necedad. ¿Habrá torpeza mayor que meterse a vivir en una casa apenas comenzada su edificación? ¿O piensas que ya has acabado la tuya? No. Cuando el hombre cree haber llegado a la meta, entonces empieza a caminar. El edificio levantado por los que se fían de sus méritos es peligroso, porque amenaza ruina, y será mejor apuntalarlo y consolidarlo que vivir en él. ¿No es frágil e insegura la vida presente? Todo cuanto de ella depende, corre necesariamente el mismo riesgo. ¿Y quién puede considerar sólido lo que se levanta sobre cimientos movedizos? Es peligroso, pues, refugiarse bajo la esperanza de los méritos propios; peligroso, porque se desmorona.

Y los que, cavilando en sus propias debilidades, se deprimen bajo la desesperación, habitan en la ansiedad y en los tormentos interiores, como hemos dicho. Porque soportan un sufrimiento que los consume día y noche. Y encima se atormentan todavía más, angustiándose por lo que todavía no les ha sobrevenido. A cada día le bastan sus disgustos, pero ellos se hunden pensando en cosas que quizá nunca les van a suceder.

¿Puede imaginarse infierno más insostenible que semejante tortura? Oprimidos por estas ansiedades, tampoco se alimentan con el pan celestial. Estos son los que no habitan al amparo del Altísimo, porque han perdido la esperanza. Los primeros no le buscan, porque piensan que ellos no le necesitan para nada. Los últimos se alejan de é1, porque desean el auxilio de Dios, pero de tal manera que no pueden conseguirlo. Sólo habitan al amparo del Altísimo los que desean alcanzarlo efectivamente, porque su único espanto es perderlo y no tienen otro deseo que les absorba y preocupe tanto. Precisamente en esto consiste la piedad y el verdadero culto a Dios. Es verdaderamente dichoso el que de tal manera habita al amparo del Altísimo, que morará bajo la protección del Dios del cielo. ¿Podrá hacerle daño criatura alguna que exista bajo el cielo a quien ese Dios del cielo quiere protegerlo y conservarlo? Debajo del cielo están los espíritus malignos, este perverso mundo presente, y los bajos instintos opuestos al Espíritu.

 

(Sermón 1, n. 2-3, Sobre el Salmo 90)

 

Lectura Patrística Martes II Cuaresma

San Bernardo:

Dios mío, eres mi refugio

El que habita al amparo del Altísimo dirá al Señor: “Refugio mío, alcázar mío; Dios mío, confío en ti”. Lo dirá en acción de gracias, alabando la misericordia del Señor, que nos presta una doble asistencia. Primero, porque todo el que habita bajo su amparo, por no haber llegado todavía al reino, siente con frecuencia la necesidad de huir y a veces cae. Insisto en que se impone la huida frente a la tentación que nos persigue, mientras sea este cuerpo nuestro domicilio. Si no huimos a toda prisa, a veces, como bien sabemos, nos empujan y derriban; pero el Señor nos sostiene. De suerte que él mismo nos acoge como refugio, y así, veloces, podemos evadirnos del que lanza a los indolentes piedras contaminadas de toda inmundicia y nos libramos de ser apedreados tan indignamente.

En segundo lugar, porque es nuestro amparo incluso cuando caemos y no nos estrellamos, pues él mismo nos sostiene con su mano. Por eso, en cuanto advirtamos en el pensamiento la violencia de la tentación, huyamos inmediatamente hacia él y pidámosle con humildad su auxilio. Si acaso nos quedamos preocupados, como a veces nos ocurre, por habernos demorado más de lo conveniente en recurrir a é1, hagamos todo lo posible para que nos sostenga la mano del Señor. Todos hemos de caer mientras vivamos en este mundo. Pero unos se hacen daño y otros no: porque Dios los sostiene con su mano. ¿Cómo podremos discernirlo para ser capaces de separar los cabritos de los corderos y los justos de los pecadores, a ejemplo del Señor? Pues también el justo cae siete veces.

Esta es la diferencia entre unas caídas y otras: el justo es acogido por el Señor y se levanta con más fuerzas. Pero, cuando cae el pecador, no se apoya para levantarse, y vuelve a recaer o en la vergüenza perniciosa o en la insolencia. Porque pretende excusarse de lo que ha hecho, y este falso pudor le induce más al pecado. O como ramera desfachatada, no teme ya a Dios ni respeta a nadie, e, igual que Sodoma, hace públicos sus pecados. El justo, en cambio, cae sobre las manos del Señor, y misteriosamente, el mismo pecado contribuye a su mayor santidad.

Sabemos que con los que aman a Dios, él coopera en todo para su bien. ¿No redundan nuestras caídas en el bien, haciéndonos más humildes y cautos? ¿No es el Señor quien sostiene al que cae, si éste se apoya en la humildad? Empujaban, y empujaban para derribarme, dice el Profeta; pero no consiguieron nada, porque el Señor me ayudó. Por eso puede decirle el alma fiel: Tú eres mi refugio. Todos los seres pueden decirle: .”Tú eres mi Creador". Los animales pueden decirle: "Tú eres mi Pastor". Y los hombres: "Tú eres mi Redentor”. Pero tú eres mi refugio solamente puede decírselo el que habita al amparo del Altísimo. Esta es la razón por la que añade: Dios mío, ¿Por qué no dice "Dios nuestro”? Porque es Dios de todos como creador, como redentor y por todos los demás beneficios que compartimos. Pero cada uno de los elegidos le posee en sus tentaciones como un ser personal. Hasta ese extremo está dispuesto a acoger al que cae y librarle al que huye. Como si dejara a todos los demás para librarle a é1.

Estas consideraciones le ayudarán mucho a toda alma para creer que Dios es su refugio propio y su testigo más inmediato. ¿Es posible que uno se haga negligente, si nunca deja de mirar a un Dios que le está mirando? Si contempla a Dios tan vuelto hacia é1, que no cesa de tener en cuenta a cada instante todo su comportamiento exterior e interior para penetrar y discernir todas sus acciones y hasta los más sutiles movimientos de su espíritu, ¿cómo no va a considerar a Dios como algo suyo?

 

(Sermón 2, n. 1-3, Sobre el Salmo 90)

 

Lectura Patrística Miércoles II Cuaresma

Guerrico de Igny:

El Padre acoge en sus entrañas al pecador

Dejemos atrás los vestidos, calzado y anillo y reservémoslas para los doctores, ¿Qué gracia y dulzura, qué gozo felicísimo y delicias tan santas no hay en aquel abrazo y beso bondadoso del padre? Se arrojó, dice el texto, sobre su cuello y lo besó. Cuando demostraba esta ternura para con é1, ¿Qué hacía al abrazarlo y besarlo sino meterlo dentro de sí, o entrar dentro de é1, poner en él su espíritu. y compenetrado con él llegar a ser un solo espíritu, lo mismo que unido a las meretrices había hecho un solo cuerpo con ellas? Era poco para aquella suma misericordia no cerrar sus entrañas de compasión a los miserables. Los atrae a sus mismas entrañas y los hace miembros de sus miembros.

No podía unirnos más fuertemente consigo, no podía tener un vínculo más íntimo con nosotros que incorporarnos a sí, y tanto por el amor como por una virtud inefable, unirnos no sólo con el cuerpo que ha asumido sino también a su mismo espíritu. Si tanta es la gracia de los que se arrepienten, ¿Cuál será la gloria de los que reinan? ¿Si esos son los consuelos de los desdichados, cómo serán los gozos de los bienaventurados? Y el que da ya esto en el camino, ¿Qué guardará para la patria? Lo que no ha llegado al corazón del hombre: que seamos semejantes a é1", y Dios sea todo en todos.

En cuanto a ti, pecador dichoso, aunque te sientas dichoso no por ser pecador sino porque te arrepientes del pecado, ¿Qué sentías en tu corazón, dímelo por favor, cuando te abrazaba y te besaba el padre, cuando te animaba mientras que tú te sentías casi desesperado, cuando rehacía en ti un corazón limpio, renovando en ti la alegría de su salvación? ¿Cómo explicar con palabras, responde é1, lo que la mente no es capaz de comprender? Los gemidos son inenarrables, e inexplicables los afectos que salen de un corazón que está como embargado por 1o incomprensible. El corazón humano es angosto para contenerlos, por lo que se rompe y se derrama; y el fuego que siente pero no domina, lo exhala y lo esparce como puede, con lágrimas, gemidos, y suspiros. Esto lo saben mejor los que lo han gustado más frecuente y abundantemente.

Pero, te insisto, cuando te dejó después de aquellos abrazos y besos, y piensas en ti y en é1, cuando vuelves a considerar cuál era tu situación y cómo fue juzgada por é1, y piensas por una parte en lo grande que fue tu delito, y por otra en la sobreabundancia de la gracia, me gustaría saber cuáles eran tus pensamientos. ¿Cómo no va a arder un fuego inaguantable en mi meditación -responde él- bien por el dolor y la vergüenza, bien por el gozo y el amor? No me consideraría un hombre sino una piedra, si fuese tan duro de corazón que no me doliese o avergonzase de mí mismo, o tan malvado o ingrato si no me derritiese completamente en gozo y amor por aquel padre.

En el sábado de la semana II de Cuaresma, sermón, nn. 2-3)

 

Lectura Patrística Jueves II Cuaresma

San Bernardo:

La promesa del Reino y la ayuda en el camino

Al que con humildad reconoce los beneficios y los agradece devotamente, no sin razón se le prometen mayores gracias aún, pues con toda justicia se le pondrá al frente de mucho al que es fiel en lo poco. Y, por el contrario, el que es ingrato a los favores recibidos, se hace indigno de seguir recibiéndolos. Por eso, el Espíritu responde a esa devota acción de gracias diciendo y cumpliendo lo que promete: Te cubrirá con sus alas. Y en estas alas podemos conjeturar una doble promesa del Señor: para esta vida presente y también para la futura.

Efectivamente, si sólo nos prometiera el reino, pero nos faltase el viático para la peregrinación, los hombres se quejarían seriamente y le replicarían diciéndole: “Sí, nos has hecho una gran promesa, pero no nos has dado posibilidades de conseguirla". Precisamente por eso nos prometió la vida eterna después de la temporal, y al, mismo tiempo, que ya en esta vida nos daría cien veces más con toda su solícita piedad. Por tanto, hombre, ¿Qué excusa te queda? Y por cierto, recuerda que taparán la boca a los mentirosos.

¿Sabes cuál es la mayor tentación que puede sugerirte el enemigo? Que todavía te queda una larga vida. Pero, aunque te quedase mucho camino por andar, ¿Qué te asusta, si te da un sólido alimento para que no desmayes? Claro que el ángel le presentó a Elías la comida más ordinaria que el hombre puede llevar a la boca: pan y agua. Sin embargo, sintió tal fuerza que pudo caminar durante cuarenta días sin pasar hambre ni fatiga alguna. ¿Quieres que los ángeles te sirvan esa comida? Sería extraño que no lo desearas.

Si la echas de menos y quieres que te la sirvan los ángeles, pero no con ambiciones de soberbia, sino humildemente, escucha lo que pone la Escritura en boca del Señor. Estaba tentándole el diablo para forzarle a que convirtiera las piedras en pan. Y se le opuso, diciendo: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Vencidas las tentaciones, le dejó el diablo, y en seguida se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle. Haz tú 1o mismo.

Si quieres que te sirvan los ángeles, huye de los consuelos humanos y resiste a las tentaciones del diablo. Si deseas recrearte en la memoria de Dios, debes rehusar toda otra consolación. Si tienes hambre, el diablo te aconsejará que corras en busca de pan. Pero tú escucharás con más fuerza la voz del Señor, que te dice: No sólo de pan vive el hombre. Muchos son los deseos que te dispersan: comer, beber, vestir, dormir. Pero ¿vas a poner todo tu afán únicamente en atender a las necesidades de los sentidos, cuando todo puedes encontrarlo en la palabra de Dios? Esa palabra es como un maná que tiene mil sabores y el más agradable aroma. Es verdadero y perfecto descanso, suave y reconfortable, plácido y santo.

Esto en cuanto a la promesa para la vida presente. Pero ¿Quién es capaz de explicar la promesa para la vida futura? Los justos esperan la alegría. Una alegría tan grande que todo cuanto se pueda desear en este mundo es incomparable con ella. ¿Qué será entonces la realidad misma de lo que esperamos? Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti-que preparase tales cosas a los que te aman.

Sermón 4, n. 1-3, Sobre el Salmo 90)

 

Lectura Patrística Viernes II Cuaresma

San Bernardo:

Nos escondemos bajo las alas del Señor

Bajo sus alas conseguimos cuatro beneficios. A su cobijo nos escondemos, nos resguardamos de los azores y gavilanes que son los espíritus del mal; su agradable sombra nos alivia del sofocante calor del sol y por fin nos alimentamos y guarecemos. Esto mismo lo dice el Profeta en otro salmo: Me esconderá en un rincón de su tienda el día del peligro. Es decir, mientras corren días malos y vivimos en tierra extranjera, dominada por el poder de los malvados, en la que no radica el reino de la paz ni reina en ella el Dios de la paz. Pues si reinase, ¿por qué pedir en la oración: Venga a nosotros tu reino? Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esa razón, nosotros nos escondemos, aun corporalmente, en los claustros y en los bosques.

Si queréis saber cuánto salimos ganando por escondernos así, os recordaría que, si cualquiera hiciese fuera la cuarta parte de lo que aquí hace, sería venerado como un santo o considerado como un ángel. Y, sin embargo, aquí, en la vida diaria, se le tacha y condena como negligente. ¿Os parece poca ganancia que no os tengan por santos hasta que lo seáis? ¿O no teméis que quizá, por recibir aquí este premio despreciable, os nieguen la futura recompensa?

Pero, además de escondernos a las miradas ajenas, es mucho más necesario esconderse, sobre todo, ante sí mismo. Así lo afirma aquella sentencia del Señor: Cuando hayáis hecho todo lo que os mandan, decid: “No somos más que unos pobres criados; hemos hecho todo lo que teníamos que hacer". ¡Ay de nosotros si no lo hubiéramos hecho! En esto precisamente consiste la virtud y .de ello depende su máxima inmunidad: vivir con rectitud y piedad, pero poniendo la atención más en lo que todavía nos falta que en lo ya conseguido aparentemente, olvidando lo que queda atrás para lanzarte a lo que está delante. Este es aquel lugar secreto bajo las alas del Señor al que antes nos referíamos, semejante, quizá, a la sombra con que el Espíritu Santo cubrió a María para encubrir un misterio absolutamente incomprensible.

Este mismo Profeta dice también acerca de esta protección: Cubres mi cabeza el día de la batalla. Igual que cuando la gallina ve llegar al gavilán: extiende sus alas para cobijar a sus polluelos bajo el asilo seguro de sus plumas. Lo mismo hace la inefable y suma piedad de nuestro Dios: como extendiéndose sobre nosotros, se dispone a dilatar su seno. Por eso dice el salmista un poco antes: Tú eres mi refugio. Claramente vemos que debajo de esas alas encontramos sombra saludable y protección. Porque el sol material, de suyo, es bueno y muy necesario; pero su ardor, si no es atemperado, termina debilitando la cabeza y su resplandor deslumbra la vista. Pero no es culpa del sol, sino de nuestra debilidad. Por eso mismo se nos aconseja: No exageres tu honradez.

No porque la honradez sea mala. Es que como somos todavía débiles, hemos de asimilar los dones de la gracia para no caer en la hinchazón de la soberbia o en la indiscreción. ¿Por qué oramos y suplicamos incesantemente, y sin embargo, no podemos llegar a la abundancia de gracia que deseamos? ¿Pensáis que Dios se ha vuelto avaro o indigente, desvalido o inexorable? Imposible, de ninguna manera El conoce nuestra masa y nos cobijará bajo sus alas. Mas no por eso podemos dejar de orar.

Aunque no nos colma hasta la saciedad, sí nos da lo suficiente para sustentarnos. Procura no quemarnos con su excesivo ardor, pero nos abriga como una madre con su calor. Este es el cuarto beneficio que, según dijimos, nos brinda el Señor bajo sus alas: como a polluelos, nos mantiene con el calor de su cuerpo para que no perezcamos si salimos a la intemperie. Porque se enfriaría nuestro amor; ese amor que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Bajo esas alas esperarás seguro, porque, al experimentar los dones que recibes, se reafirma la esperanza de los futuros. Amén.

Sermón 4, n. 3-4, Sobre el Salmo 90)

 


JUEVES SANTO

Monumento: Reserva del Cuerpo de Cristo, para la oración en esta tarde-noche.

En el Jueves Santo se trata de la "aceptación". Celebramos la institución de la eucaristía (y del sacerdocio). En la eucaristía, Cristo nos acepta de una manera intensiva. Compartir la comida con otro era ya para los judíos aceptar al otro, unirse a él. Si yo como con otro, no puedo tener nada con­tra él. Como del mismo pan, bebo de la misma copa y así me uno con el otro. Cristo recoge este símbolo, pero es Él mismo quien se da en el pan y en el vino.

Así como el pan se hace "uno" con quien lo come y el vino empapa íntimamente al que lo bebe, así Cristo se hace uno con nosotros en la eucaristía. Ya no hay nada más en nosotros que no sea tomado por Él.

El Jueves Santo, lo que ocurre en la eucaristía se hace todavía más patente en un rito propio: en el lavatorio de los pies. En ese lavatorio de los pies Jesús expresa a sus discípulos su muerte, que se hace presente en la eucaristía. En la muerte, Jesús se in­clina hasta nuestros pies, se abaja hasta al polvo. En la muerte, toma Él, verdaderamente, la figura de un esclavo. En la muerte, nos lava los pies como hacen los esclavos. Nos lava de nuestro barro. Ahora esta­mos completamente limpios. Ahora participamos verdaderamente de Él, tenemos comunión con Él. En el lavatorio de los pies se nos muestra de forma visible lo que tiene lugar en cada eucaristía, en la que nosotros somos aceptados con nuestra culpa: nuestro pecado queda lavado y somos totalmente uno con Cristo. Cuando comemos su cuerpo, Él se baja ante nosotros hasta los pies y nos acepta.

Éste es un aspecto de esa "aceptación" del Jue­ves Santo. El otro aspecto se muestra en el huerto de los olivos, donde Jesús, abandonado por sus dis­cípulos, lucha con el Padre. El Padre le cree capaz de aceptar la Pasión, de morir en la cruz. Jesús tiene miedo de ello y ruega al Padre que deje pasar este cáliz, pero se entrega a la voluntad del Padre. Aceptar significa aquí decir "sí" a la voluntad del Padre, decir "sí" a aquello para lo cual Dios cree que uno es capaz, reconciliarse con el propio des­tino. Y en esta situación, que no podemos soslayar, venimos a parar todos alguna vez en nuestra vida. La Iglesia nos invita el Jueves Santo a pasar la noche con Cristo para decidirnos, como Él, a acep­tar la voluntad de Dios. Y debemos vigilar con Él para no caer en la tentación.

Las tentaciones que Jesús superó en el desierto se concentran de nuevo en la lucha del huerto de los olivos. Vigilamos con Cristo para vencer estas tentaciones, para no cegarnos por la fascinación del poder y la superioridad sobre otros, así como para no sucumbir ante la ofuscación, sino para entregarnos a la voluntad de Dios y, de esta forma, conseguir nuestra verdadera liberación. No es pre­ciso que en esta lucha nos consideremos héroes.

Vemos a Jesús en su angustia y en su soledad. Así, también nosotros podemos tener miedo y sentirnos solos. Mirando a Cristo debemos aceptar nuestra angustia y nuestra soledad, una soledad en la que ningún ser humano puede acompañarnos, pero en la que Cristo nos espera.

 


Viernes Santo


Delante de esta cruz, como signo de victoria, entona la Iglesia el venerable y antiguo cántico tra­dicional del trisaron. En griego, en latín y en la len­gua materna se alabará a Dios como el Dios santo, fuerte e inmortal, pidiéndole que se apiade de noso­tros. Y a continuación todos, uno a uno, se van arro­dillando delante de la cruz y la besan: algo que es como el signo del amor que Dios nos tiene, signo de cómo Dios se ha humillado hasta lo más profundo por nosotros en la cruz y nos ha lavado los pies.

Sábado Santo

El Sábado Santo nos quiere decir que Cristo ha penetrado en nuestra soledad, en nuestra frialdad, en nuestra rigidez. Y ahí, donde lo único que manda es la muerte, lo único que vive es su amor. Allí, donde estamos aislados de la vida, nos alcanza Él con su palabra de amor.

Cristo descendió al reino de la muerte, a los infiernos, al seol -como dicen los judíos-. El seol es el reino de las sombras. Desde la psicología pode­mos interpretar esta imagen como sigue: Cristo ha descendido a nuestras profundidades, a nuestro in­consciente, para redimir todo cuanto yace enterrado en nuestras sombras.

Cristo no solamente ha ido al encuentro del mal que aflora abiertamente, sino que también ha descendido hasta el mal que está oculto bajo la superficie. Y éste es notablemente más caótico y más destructivo que todo cuanto se manifiesta abierta­mente como malo. Nosotros mismos nos asustamos ciertamente de los pensamientos y deseos ruines e inhumanos que con frecuencia emergen en noso­tros; nos espanta la destructividad de la que somos capaces. También hasta ahí descendió Cristo.